Stefan is also the founder of Carrison
and Cocodrilo Productions

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Stefan también es el fundador de
Carrison
y Cocodrilo Productions

Modou Kara Faye

No nos esperábamos a que el director adjunto entrara a clase ese viernes. Lo veíamos 3 veces al año, cuando nos daba las notas. Fue directo al grano. No recuerdo cómo lo dijo como tampoco recuerdo tantos otros detalles de esta historia -y me maldigo por ello- pero fue la primera vez que oí hablar de Modou.

Había un chico de nuestra edad en el Hospital General de Alicante. Venía de Senegal luchando contra un cáncer que acababa de arrancarle una pierna. Su madre seguía en Dakar. Su padre trabajaba. No hablaba español, no podía hablar con nadie. Estaba sólo, cicatrizando su muñón con sesiones de quimioterapia. Su nombre: Modou Kara Faye.

Terminada la clase me di cuenta de que dos de mis compañeras también se habían quedado con la idea. Hablamos un par de minutos, lo justo para acordar hora y lugar para el día siguiente.

Aquel sábado entramos al hospital con paso firme y fuimos directos a recepción. Les contamos qué hacíamos allí. No recuerdo cómo reaccionaron. Sí recuerdo subir a la planta de oncología, salir del ascensor, esos pasillos…

Los hospitales son mi criptonita. Me flojean las rodillas. Me mareo.

Aquel día llevé la procesión por dentro. Con qué cara me presento yo delante del muchacho y le cuento que lo estoy pasando mal porque me intimidan los hospitales. Así que hice de tripas corazón. Llegamos hasta su puerta. Los típicos nervios de quién pasa primero -no, no lo recuerdo- y allí que entramos.

Modou estaba en su cama. Hicimos por hablar con él -en francés, claro- pero apenas le arrancamos un par de palabras. Recuerdo que él miraba hacia el otro lado, hacia la ventana. Entre él y ese retazo de cielo azul estaba su compañero de habitación: un señor mayor, muy mayor, con respirador, y su mujer sentada al lado, la cabeza agachada, en silencio tras un breve “buenos días”. Parecía diminuta. La pena, que se te mete dentro y te va curvando, achicando, encogiendo.

Nosotros seguimos intentando romper el hielo. Creo recordar que había otra persona, o que otra persona que hablaba francés pasó por allí. Demonios. No me acuerdo. No sé. Sea como sea, la situación nos superaba con creces.

Una cosa es que te cuenten el cuadro mientras estás en clase -de filosofía, creo- y otra es plantarte delante de un chaval de tu edad, amputada una pierna, cableado, olores de hospital y cuerpos encerrados nublando tu juicio, su madre a miles de kilómetros, su padre trabajando largas jornadas, y el respirador del vecino que marca la cadencia del cuarto, sin pausa, sin prisa, sin pausa, sin pausa… hasta que se para.

Porque el respirador se paró. El silencio ahogó una habitación que ya de por sí sofocaba. Mis amigas y yo nos miramos. Y yo pensé que no puede ser. No puede estar pasando ahora. Recuerdo, eso sí lo recuerdo, la voz de la señora, débil, temblorosa, pedir que alguien llamara a un médico. Recuerdo al médico entrar. Nos mandaron al rellano. Y desde allí vimos como sacaban el cuerpo del señor mayor. Su alma ya estaría volando libre. O quizá se habría quedado junto a su esposa, desconsolada de ver como su libertad anegaba a la que fue su alma gemela. El que sí se quedó, cuerpo y alma, fue Modou. El cadáver tuvo que pasar por delante de su cama. Cuando volvimos a entrar el hielo había vuelto a endurecerse. Una de mis amigas estaba pálida, afectada por haber tenido un encontronazo tan cercano con la muerte. La otra chica y yo intentamos abrir brecha. Modou seguía distante. No parecía triste, nunca lo pareció. Serio por fuera, con su cuerpo maltrecho, pero furia en la mirada.

No sé cómo cerramos aquella visita. Sí sé que no nos rendimos. Volvimos a la semana siguiente. Hubo una rotación, una de las chicas dijo que se le hacía cuesta arriba, que se le caía el alma a los pies. Otra se sumó al grupo.

Fuimos cada semana, o lo intentamos. Sábados por la mañana. Empezamos a charlar. Empezamos a conocernos.

Modou salió del hospital. Nos dio su dirección y las visitas pasaron a ser a su casa, en el barrio de Juan XXIII. Era un piso humilde. Había más gente, no solamente el padre.

Es todo borroso.

Recuerdo que uno de los días le probaron la prótesis. Le apretaba. Gritó de dolor, se revolvió, se le abrió la bata e hizo por taparse: mis amigas y yo estábamos en el umbral del salón. Recuerdo su mirada. Dolor, furia. Humillación. Salimos del salón y volvimos a su cuarto.

Salvo algún chispazo suelto, es todo borroso.

Recuerdo que empezó a ir al instituto. Recuerdo que dejamos de visitarle. Teníamos los móviles pero sí recuerdo que no había un poso de amistad. Habíamos estado visitándole durante semanas pero no recuerdo -y de esto sí estoy seguro- que hubiera un lazo más allá de la sensación de haber querido ayudarle. Ayudarle a no sentirse solo, ayudarle a hacer un poco más humano ese calvario. Quizá cuando empezó a ir al instituto pensé, pensamos, que empezaba un nuevo camino.

Perdí el contacto. Una chica del Liceo, más jovencita, mantuvo el contacto con él. Creo recordar que tuvieron una conexión que, ésta sí, fue algo más allá de la amistad. Me gusta creer que eso pasó. Me alegra el corazón. Quizá me alivia también. Ese chico lo merecía. Y esa chica parecía un tesoro.

Me gradué del Liceo. Fui a la Universidad. Pasaron los años. Pensaba en él de forma esporádica. Surgían preguntas: ¿qué estará haciendo? ¿Seguirá en Alicante? ¿Consiguió su madre reunirse con ellos?

Hace unos meses me remangué. Voy a dar con él, me dije. No sé cómo, pero voy a dar con él.

Me acordaba de su nombre de pila, Modou, pero no estaba seguro del apellido. Sabía el país de origen, su vínculo con Alicante, cuestión de probar.   

Modou Kara Faye. Encontré, quince años después, a Modou Kara Faye. Nacido en 1985. Fallecido en 2003.

El cáncer se lo llevó menos de 24 meses después de nuestro último encuentro.

Y yo me quedé mirando a la pantalla, muy quieto, con una extraña mezcla de rabia, tristeza, remordimientos, nostalgia. Y sorpresa. Porque seguí leyendo. Y redescubrí a Modou. A ese chico con furia en la mirada.

Modou nos dejó su legado: 9 poemas escritos en su lengua materna que transmiten rabia y ganas de combatir, ganas de amar.

Debo todavía alzar corazones arrodillados
Hablar a los cuchillos de odio
Andar sobre los corazones levantados
Gritar al sol que caldee el camino de los inviernos
Acallar el aullido de las fieras


Modou quizá vivió apenas dos años después de nuestro último encuentro pero en ese tiempo vivió y se comió el tiempo que le quedaba a dentelladas. Hizo amigos, colaboró con la Cruz Roja pero acabó sucumbiendo a un cáncer que, a buenas horas lo supe, nunca había dejado de ser terminal.

No voy a profundizar. Ni respecto a su corta vida ni respecto a mis acciones y sentimientos durante y después de aquella primera visita. No podría aunque quisiera. En cuanto a hechos de aquella época, no recuerdo más detalles, ya lo he dicho. Todo está borroso en mi cabeza. Pero sí me alegro de saber que Modou nos dejó su voz de forma clara, nítida, fuerte. Para que ahora sí, le recordemos.

“Oigo ya la lluvia sobre mis sueños de junio” - M. K. F.

Artículo y poemas en español: https://www.nodo50.org/mlrs/Biblioteca/modou/obra.pdf

Pese a que ellos no me conozcan: agradecer a Isaak Calderón, Antonio Méndez Rubio, Pep Buades y Maximiliano Alcañiz por traducir los poemas al español. Agradecer también a Enrique Falcón y Virgilio Tortosa por el artículo sin el cual jamás habría podido saber qué había sido de Modou, y por el respeto hacia su persona y su obra. Y agradecer a Alberto Di Lolli por las fotografías que ilustran el artículo. También saludar a Clarisa Tomás Campa por su homenaje a Modou en un post del 2013 en su blog.

https://www.rebelion.org/hemeroteca/cultura/031211ef.htm
https://clarisatomascampa.blogspot.com/2013/09/madou-kara-faye.html



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