Stefan is also the founder of Carrison
and Cocodrilo Productions

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Stefan también es el fundador de
Carrison
y Cocodrilo Productions

Súper-dúper-tupper


Hace unos días las redes sociales volvieron a hervir con la palabra “tupper” de protagonista. El jaleo vino por el texto en el que uno de los referentes de la blogosfera española, Kurioso, contaba que un bufete de abogados le había mandado una carta en la que le instaban a retirar una de sus entradas “por menoscabo a la distintividad de la marca”. Tal cual.

Más allá de que la palabra “distintividad” no exista en el diccionario de la RAE –es lo bueno que tiene estudiar Derecho, puedes alargar palabras, retorcerlas, complicarlas, cualquier cosa con tal de meterle miedo al personal– lo hermoso del asunto fue que el bloguero en cuestión –ochenta mil seguidores en Twitter– no se amedrentó y contestó con un elegante “verdes las han segado”. Elegante, bien explicadito y de paso les presentó a los abogados a una tal Barbra Streissand. Un ejemplo de manual. Precioso de tan previsible.



Vaya jeta tienen mis primos los letrados. Resulta que a una marca no le importa que la gente emplee su nombre como genérico para una categoría de productos –los kleenex, el bimbo, el fairy– dándole una notable ventaja frente a la competencia, pero sí le irrita que de repente ese término tenga connotaciones negativas. Arguiñano guardando su perejil en un tupper porque se mantiene fresquito es maravilloso pero un chiste en un blog donde el continente es un actor secundario es completamente inaceptable. O sea, que a la gente de Tupper, con mayúscula, le molesta según qué uso de tupper, en minúsculas.

Kurioso lo explica de maravilla pero, para los que estén más espesitos, aquí van unos ejemplos:
- “Pues a mí el tupper me conserva la tortilla muy bien”. Correcto.
- “Marisa, ¿dónde has dejado el tupper con el pollo para el perro?” Por qué no.
- “Sí, claro que puedes meter el tupper al microondas.” Perfecto.
- “Hay que multar a los niños que lleven tupper al colegio”. Mal.
- “Comer de tupper es muy triste”. Muy mal.
- “Le hicieron cavar su tumba con su propio tupper y luego lo degollaron con la tapa”. Te vas cagar.

Como veis, hay que ser precavido al hablar del tupper, túper, túpper, o incluso del táper. Esta gente tiene ojos y oídos en todas partes. Al más mínimo desliz uno puede encontrarse con la Interpol echada a la chepa: tenemos un tupper código negro; abatidlo. Puedes acabar en la habitación 101 por un tupper con mayonesa pasada de rosca. Cuidado.

Es por ello que, dándole una vuelta de tuerca al asunto, he decidido aprovechar que es Semana Santa y que el Pisuerga pasa por Valladolid –o eso dicen, yo soy de la ESO– para actualizar los diez mandamientos y dejar así de manera clara y concisa unas directrices básicas para evitar problemas. Para poder hablar de tupper, en minúsculas, sin cabrear a Tupper, con mayúsculas.


Los diez tupper-mandamientos (basados en hechos reales):
Amarás al tupper sobre todas las cosas.
No pronunciarás el nombre de tupper en vano y te lavarás esa boquita pecadora antes de hablar de tuppers.
Santificarás las tapas (y ni se te ocurra perderlas).
Honrarás a Earl Tupper y Brownie Wise.
No matarás por un tupper, ni con un tupper, ni asesinarás a un tupper.
Tienes que estar muy enfermo para que tengamos que recordarte que no cometerás actos impuros con tu tupper.
No robarás tuppers.
No dirás falsos testimonios ni mentiras a tu tupper, ni en presencia de tu tupper, ni respecto a tu tupper.
No consentirás pensamientos o deseos impuros: no pensarás en otras marcas, jamás te plantearás siquiera entrar en la tienda de los chinos de la esquina que venden un juego de diez Trupergüares por cincuenta céntimos.
No desearás los tuppers ajenos pese a que en el tuyo haya patatas hervidas con brócoli y en el de tu vecino pollo al ajillo. Ajo y agua.


Supongo que habría sido más sencillo y elegante que la marca hubiese contactado con Kurioso en privado, con educación, para ver qué se podía hacer. Quizá le habrían pedido que en lugar de tupper hablara de fiambreras, que siempre son de fiar. La respuesta habría sido la misma –su texto lo explica perfectamente– pero el daño mucho menor. Habría sido una manera cordial de tratar el asunto. Pero no. Se ve que seguimos anclados en la mentalidad del golpee primero, pregunte después. Pues nada, ellos se lo guisan, ellos se lo comen. Y si hay sobras ya saben dónde guardarlas.

Monstruo

La cara A