Stefan is also the founder of Carrison
and Cocodrilo Productions

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Stefan también es el fundador de
Carrison
y Cocodrilo Productions

Espabilados


Es curioso que tengamos un rasgo patrio tan arraigado como la picaresca cuando en otros países ese mismo concepto es rechazado frontalmente. De un extremo a otro, vete a explicarle la idea de un género literario formado por novelas picarescas a un finlandés, a ver qué pasa.



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El problema es que la vida en sociedad se rige por reglas. Muchas útiles, otras discutibles, algunas claramente absurdas. Ante semejante panorama nunca está de más tener algunos ases en la manga que te hagan la vida más fácil. Excusas, tretas y triquiñuelas para salirte con la tuya. Intentar moverte por los campos grises de la ley o, incluso, cruzar hasta los territorios prohibidos y volver a zona legal lo suficientemente rápido para que no te cacen.
Hay quien afirma que la picaresca individual perjudica a la buena vida en sociedad, a ese sistema de reglas y leyes comunitarias que todos compartimos y aceptamos más o menos tácitamente. Aguafiestas los hay en todas partes, claro. La respuesta a esos mojigatos es clara, contundente y perfectamente conocida por todos los pillos de a pie: "porque lo haga yo no va a pasar nada. Además, en el fondo, todo el mundo lo hace, así que le pueden dar al sistema por donde amargan los pepinos". Algo en esta línea.

Seamos sinceros: no es sólo la emoción del acto en sí, la gracia de hincársela doblada a alguien o de engañar al sistema: es lo a gusto que te sientes después de hacerle la del chino a la ley, a la cajera o a tu jefe. Esa sensación de poder al pensar: "ya verás cuando lo cuente en el bar". Y luego, en efecto, vas al bar y lo cuentas. Y te aplauden. Ganas estatus y, si eres rápido, igual rascas alguna caña por la patilla.

Futbolistas que se desploman sin causa aparente, conductores que se pegan a las ambulancias para pulirse los semáforos, amiguetes que piden rondas y desaparecen justo cuando iba a tocar pagarlas. Estudiantes con pinganillo, currantes que estiran un pitillo treinta minutitos, huéspedes que salen del buffet del desayuno con los bolsillos cargados. Esto son ejemplos normalitos. Espabilados de infantería que no aportan nada al sutil arte de echarle morro a la vida. Porque, como en todo, hay niveles, estilos y clases.
Hay aficionados, pillos de nivel medio y luego está la élite. Los visionarios. Aquellos elegidos capaces de redefinir los límites de la picaresca. Personas bajo cuya apariencia anodina se esconde una imaginación que se desata cuando se trata de hacerle la trece-catorce a cualquier reglamento que se les cruce por el camino.

Si uno está atento puede encontrar verdaderas joyas del mamoneo nacional como, por ejemplo, el conductor al que pilló la Guardia Civil circulando por el carril Bus-VAO de la A-6 con un maniquí disfrazado como acompañante. Con un par. De pasajeros, digo.
Ese hombre desesperado de verse atrapado cada mañana en un atasco a la entrada de Madriz mientras el estúpido carril Bus-VAO sigue vivito y circulando. Ese héroe anónimo que harto de tanto trompicón de metro y medio busca una solución para evitar ese via crucis diario. Madrugar no, que es de abuelos. Transporte público, eso es para pobres. Compartir coche, no jodas, ni que fuéramos comunistas.
Entonces, la chispa. La necesidad acucia, la picaresca acude.
Compartir coche, compartir coche... Le pido el maniquí a Marisa de cuando su nuera tenía la tienda -la cerró en 2009 porque es que la gente no tiene inventiva para mantener su negocio abierto, tanta universidad para nada- y ya somos dos pasajeros. Y ya verás cuando lo cuente en el bar.
Hasta que los picoletos, que no entienden de arte, le echaron el guante.

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En fin, espero que algún día alguien se anime a escribir la versión moderna del Lazarillo de Tormes. Ojalá refleje los ardides de este prometedor siglo XXI. El con o sin factura, el tener a trabajadores cobrando parte en A y parte en B, la pegatina de minusválido que te consiguió tu cuñado para aparcar donde te salga de las cojones o el arrimarte al de delante para colarte en el metro. Todas esas historias que enriquecen nuestro patrimonio nacional, que nos hacen ser muchas veces el pasmo de extranjeros y que nos permiten encarar viajes internacionales con mejores armas -no, el tranvía en Helsinki no es gratis pero es que lo ponen a huevo.

Claro que por otra parte quizá no haga falta que lo escriba nadie. Quizá sea como el original, anónimo. De nadie en concreto, de todos en general. A fin de cuenta, la picaresca, como Hacienda, somos todos.

Y así nos va.


Por todos

¿Qué hacemus?