Stefan is also the founder of Carrison
and Cocodrilo Productions

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Stefan también es el fundador de
Carrison
y Cocodrilo Productions

¿Qué hacemus?

Llevaba desde 2008 temiendo que se la llevaran por delante. Le llegó el turno.
Es un tema demasiado personal para que no me moje.

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El nombre oficial es Erasmus aunque muchos la conocen por sus elegantes motes: Orgasmus, Papus-Mamus, Follasmus, y algún otro que se me escapa.



Hay quien la pedía para mejorar su formación, quien quería ver mundo y quien simplemente quería pasarse entre seis meses a un año viviendo de resaca cambiando Cacique por Jagermeister. Algunos, como un servidor, pensamos que debería ser una experiencia obligatoria para según qué carreras -turismo, marketing, negocio internacional, etc.- mientras otros defienden que en la gran mayoría del tiempo es una pérdida de tiempo y dinero.

Sea como sea, la beca Erasmus -que en el fondo no es una beca sino un programa- es noticia porque, como era de esperar, el tío Paco y las rebajas también llaman a su puerta.

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Por partes. Estoy de acuerdo en que ha habido cierto descrontol entre quien mandaba su solicitud y quien la aceptaba. Tengo 28 tacos y conozco casos de primera mano. Probablemente haya habido una inflación de Erasmus, dicho en el sentido de que algunos estudiantes -y universidades- se han subido al carro haciendo un uso tremendamente superficial de esta increíble herramienta de movilidad: limitándose a calcular cifras de recibidos, cifras de enviados, y aquí peace and after glory.

Pongamos, por decir, dos aspectos mejorables: primero, no es normal que gente sin un mínimo conocimiento del idioma de destino -o del inglés, que es el comodín- acabe pasando seis meses en una ciudad extranjera. O sea, llegar a Amsterdam con un inglés nivel McDonalds -tampoco le vamos a pedir holandés nivel medio a un zagal de Mazarrón, Gijón o Valencia porque eso sería sobrarse un poco. Segundo, se puede considerar un sinsentido el hecho de que gente con sus carreras casi terminadas pueda extender otros seis o nueve meses su vida académica tocándose la flor. O gente que lo haga a mitad de sus estudios sin apenas cursar nada útil: "sí, pierdo un año pero va a ser la hostia". No digo que se marchen a cursar dieciséis asignaturas obligatorias con tesina y examen final pero que se vea que hay un plan en su escapada a tierras extranjeras. Una lógica, un reto.

En todo caso, ejemplos aparte, lo más triste para el que esto escribe ha sido escuchar muchos comentarios surgidos a raíz del anuncio de los recortes. Se le queda a uno un regusto amargo. Un je ne sais quoi -lle ne se cuá- de "basta de tanto cachondeo". Da la triste impresión de que este programa europeo se ha transformado a ojos de tantísima gente en un sistema de tener vacaciones pagadas en el extranjero. Algo funciona tremendamente mal cuando tantas personas constestan automáticamente aquello de "se acabó esto de irse a Europa a beberse cubatas mientras te haces un bingo de mozas rubias de ojos azules por gracia de mis impuestos. A joderse y a currar aquí en la tierra". A currar en la tierra. Claro. Ya nos gustaría.

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Dicho esto, si el mundo se volviera lo suficientemente loco como para que la decisión de si mantener o recortar la guita dedicada a los Erasmus recayera solamente en mí, lo tendría clarísimo: yo sí creo que hay suficientes justos en Sodoma. O Gomorra. O ambas. Lo creo firmemente... pese a no haber sido uno de ellos.

Recuerdo con cariño el caso de Rossano: un italiano que pasó un año en Helsinki y aprendió inglés desde cero de la misma forma que los guiris que llegan a España aprenden nuestra lengua: a base de echarle huevos y querer comer caliente cada noche. ¿Me parece correcto que se le diera una beca a ese pavo con esos mimbres? Teóricamente, no. Pero si se la hubieran denegado habría sido un error: el chaval se esforzó, estudió, fue un ejemplo increíble y al terminar su Erasmus se marchó a hacer prácticas a Alemania. Con un par. Sin hablar alemán pero con un inglés muy digno, una confianza reforzadísima y enamoradico perdío de una teutona morena.
Si la universidad de destino hubiera establecido un control más estricto Rossano no habría aterrizado en la tierra de Santa Claus ni jarto de Lambrusco. Ni él, ni tantos otros como él. De la misma manera que año tras año sí hay cientos de estudiantes se arrastran por los campus europeos rodeados únicamente de compatriotas, otros tantos se dejan los cuernos por aprender una lengua en un tiempo limitado. Inmersión alcohólica vs. inmersión lingüística. Justos y pecadores.

También cabe decir que soy un firme defensor del programa Erasmus porque aquello de no tirar la primera piedra sin estar libre de pecado me lo paso por el forro del pasaporte. Admito sin reparos que fui uno de esos que se marchó con el título asomando del bolsillo: justo antes de empezar la carrera, allá por 2002, me prometí que si sacaba todos los cursos limpios me tomaría un quinto año semi-sabático para mejorar mi inglés y descubrir otro país. Dado que no trabajaba y que estudié Publicidad y RR. PP. no tuve que herniarme demasiado para cumplir -hermanos licenciados en las artes oscuras de la publicidad, desfogaros en comentarios si la verdad os ha dolido. Cuando aterricé en Finlandia tenía libertad absoluta para matricularme de lo que quisiera. O sea, me podía haber apuntado a "Prácticas de creatividad grupales (sin examen)" para todo el año y tan feliz. De hecho, me enrolé en poquitas asignaturas, eligiendo con esmero aquellas que fueran a reforzar mi capacidad de comunicación en la linda parla de Shakespeare. Comento, de pasada, que mi propia universidad -Alicante patria querida- no ofertaba nada decente en inglés pese a cursar una carrera tan metida en el marketing. Tiene miga la cosa.

De allí que si bien admito que no le saqué todo el provecho académico que podía a mi estancia en Arcada Polytechnic también dejo claro que desde el momento en que aterricé hice todo lo posible por mezclarme con fineses, hablar con otros europeos y al final compartí mucho más tiempo con un húngaro, un alemán y una finlandesa -parece el comienzo de un chiste- que con la gente que venía conmigo desde Levante. No acabé como aquel amigo que se marchó a Italia y se pasó seis meses rodeado de paisanos empadronados todos en la terreta a cien kilómetros a la redonda.

Por si fuera poco, con juergas o libros de texto, lo cierto es que esta estancia en el extranjero nos abrió la mente a todos los que veníamos del sur de los Pirineos: a día de hoy tres de esas chicas están asentadas en Madrid en puestos con perfil internacional -una se doctoró- y otras dos trabajando en Europa -Holanda y Alemania. De la misma forma conozco un francés y una italiana que se quedaron en España y un puñado de parejas mestizas que nacieron y se consolidaron durante una estancia Erasmus. Eso es riqueza, señores, y no se mide en Euros, Coronas o Libras.

Hablando de efectivo, el dinero que reciben los Erasmus viene de Europa, de la Comunidad Autónoma de cada cual y/o de otras fuentes. Por eso cruzo los dedos para que los recortes se hagan con sentido común. Que no sea meter un tijeretazo y a otra cosa mariposa. La prestación no era igual para todos y podía variar en función de origen y destino. Me parece maravilloso, oigan, que no le den lo mismo al que decide probar suerte en Nápoles que al que se pira a Oslo; y me parece perfecto que cada Comunidad quiera revisar las cifras a la baja: la Erasmus no tiene que ser un "gastos pagados". Solamente me preocupa que se cruce el umbral a partir del cual mucha gente con talento, ganas y falta de medios no pueda permitirse ese lujo. Lujo. Que no se convierta en un lujo. La formación no puede ser lujo. La experiencia no puede ser lujo. Puede ser una pelea, un reto, no debe ser un todo gratis pero tampoco un imposible.

Conviene recordar que aquellos que, por ejemplo, nos marchamos a países caros -Escandinavia asusta- nos tuvimos que buscar la vida como pudimos. Insisto: no es una crítica, es un hecho. No me parece nada mal que a mí, con 21 añitos, Tito Europa me de una palmadita en la espalda, me guiñe el ojo y me diga "muchacho, sí, te cobijo en Helsinki y te doy una propina pero búscate la puta vida que ya tienes pelos en los huevos". De allí viene el mote "Papus-Mamus", porque para muchos estudiantes -me incluyo- los padres fueron un apoyo indispensable. Obviamente, lo primero que hice fue encontrarme un curro -miserable y mal pagado- repartiendo periódicos. Un alicantino de adopción que no había dado un palo en su miserable existencia haciendo buzoneo durante el invierno Nórdico, imaginaos el cachondeo de los colegas. Y aún con eso, si me hubieran recortado la ayuda oficial no creo que hubiera podido lanzarme a la aventura.

Cayendo en los tópicos, lo siento, pero ahora es cuando toca decirlo: fue una experiencia increíble. El mejor año de mi vida con tanta diferencia que me frustra reconocer que aquello ya pasó y que algo superlativo tendrá que suceder para hacerle sombra a ese 2006/2007.
Después de vivir toda la vida bajo el techo familiar, mis padres y el programa Erasmus me ofrecieron una ocasión única de espabilar de una vez. Vivir unos meses maravillosos pero también darme de bruces con la realidad.

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El programa Erasmus es imprescindible si queremos creer en Europa, si queremos creer en un acercamiento y, sobre todo, si queremos que nuestra juventud espabile, que nuestros chicos aprendan un idioma -para comer caliente en el extranjero y no quedar como gilipollas. Nuestros jóvenes tienen la posibilidad de ver otros países, hablar con chavales de su misma quinta, comparar puntos de partida y, quizá, diseñar juntos el punto de destino de este vetusto continente. Esos chavales volverán con las alforjas cargadas de energías e ideas.

Hay riesgos, hay abusos, hay gente que se marcha y vuelve con las alforjitas de la felicidad vacías tras seis meses de vacaciones. Pero, como siempre, se pueden remediar esos problemas: sentido común, control académico, una mejor planificación y una mayor ambición de todas las partes.

Respecto a los que no vuelven, me niego a creer que sea una inversión perdida. Mi aportación a mi país de acogida no se puede cuantificar. Y a mi país de salida, al que me vio nacer y me pagó la universidad pública -a mi padre esta frase le sacará una carcajada- le digo que no volví, cierto, pero que estando aquí, luchando en los Nórdicos, con mi actitud y mi tesón hago más por la Marca España que todos los cretinos que están en Madrid, Alicante o Villatejera del Comino, tijera en mano, esperando la luz verde para arrancar otro jirón de nuestro sistema educativo.

Es por ello que pase lo que pase, con o sin respaldo del programa oficial Erasmus, si algún día tengo críos los mandaré sí o sí una temporadita al extranjero. A que se busquen la vida. La finlandesa que mencionaba antes está de acuerdo conmigo. Seguimos haciendo buena pareja.



Espabilados

A la luz de la luna llena