Stefan is also the founder of Carrison
and Cocodrilo Productions

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Stefan también es el fundador de
Carrison
y Cocodrilo Productions

Por todos



Cinco millones de parados son demasiados para no plantearse hacer las maletas. Cerrar el petate y cruzar la frontera sin saber qué te deparará el futuro. Los últimos cuatro años han sido aciagos y el 2013 no apunta mejores maneras.

Muchos creen que para marcharse hay que tenerlos bien puestos. Hablan de coraje, arrojo y tesón al referirse a los que nos buscamos las habichuelas en Londres, Helsinki o Berlín. Otros tantos critican este éxodo, “lo que hay que hacer es quedarse y levantar al país”. Lo cierto es que esto de salir de tu tierra con una mano delante y la otra detrás refleja a la vez ambas opiniones: sí, es una posible conquista por una vida mejor a la vez que representa una huida ante la desazón que produce un futuro aparentemente gris. Luego, una vez fuera, hay quien se asienta en el extranjero y hay quien regresa a su casilla de salida. Hay quien añora cada mañana su sol mediterráneo, andaluz, gallego o extremeño y hay quien le coge cada día más rabia. Hay de todo.
Un servidor sabe perfectamente lo que es estar lejos. Lo difícil que es asentarse. Encontrar el primer trabajo, hacerte un hueco en un mundo nuevo. Las noches en vela pensando que no lo conseguirás. Las llamadas a casa mintiéndole a tu madre, “todo genial, ya me llamaron para dos entrevistas y como casi como en casa”.
La empatía que en mí despiertan aquellos que se lanzan a la aventura y vienen buscando consejo es indescriptible. Sobre todo aquellos que además de apuntar a Finlandia tienen la misma edad que yo tenía cuando eché a volar. El desparpajo de algunos fulanos que alguna vez me han contactado para “ver cómo estaba el tema del trabajo, yo hago lo que sea,” es algo que siempre me arranca una sonrisa torcida. Esas ganas de pelear, me digo siempre, esas ganas.
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Sin embargo, pese a conocer de primera mano las vicisitudes del españolito bregando en el extranjero, hoy también quiero romper una lanza por todos los que se han quedado. Por todos los que os quedáis. Seáis esos fulanos con desparpajo y arrojo o seáis quizá más tímidos pero con la misma ilusión por un futuro mejor. Quiero romper una lanza por todos los que os levantáis cada mañana al sur de los Pirineos y desayunáis leyendo escándalos de guante blanco, oyendo a cantamañanas anunciar reformas que os ahogan y viendo la dureza de una tormenta que no amaina. Por todos los valientes que por no poder o no querer salir os quedaréis otro año en la Península a batiros el cobre, a intentar tirar para adelante para, con suerte, ver la luz al final del túnel.
Lo último que os hace falta es que venga un emigrante –yo no soy expatriado, que no se engañe nadie, para eso me faltan privilegios, puesto y pasta– a daros palmaditas en la espalda. Aún así, insisto: os tengo por gente brava que se parte la cara por dejar de respirar un aire viciado a rancio bipartidismo y mediocridad.
Yendo más allá, yo, como todos los que hemos salido, me dejé pedacitos de mí mismo al despegar. Esa sensación al sentarte en el avión y notar como una parte de ti ni ha embarcado ni lo hará jamás. Esa melancolía que te envuelve y te empapa, calándote hasta los huesos. No conozco a ningún exiliado económico –serán por eufemismos– que pueda decir que se marchó sin dejarse nada en tierra y sin echar, antes o después, una mirada de refilón hacia atrás. Parejas, familia, amigos, compañeros, incluso mascotas. No siempre en ese orden pero siempre esos mismos actores. Vosotros sois esos actores.
Vosotros sois nuestra morriña. Vosotros sois la envidia por el buen comer, las terrazas, la calidez en el trato. Vosotros sois la razón para que volvamos por Navidad.
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El 2012 echa el cierre y, si los Mayas lo permiten –yo no he hecho planes para Nochevieja– durante las próximas cuatro semanas nuestro país volverá a contar con todos sus efectivos. Cual si fuéramos esa selección que últimamente parece invencible, nuestra plantilla volverá a estar al completo. Quizá el presidente sea incompetente, quizá los entrenadores ya no tengan margen de acción, pero nosotros estaremos sobre el campo para darlo todo. La escena se repetirá en aeropuertos de toda la geografía patria: padres, hermanos o amigos esperando a la salida con los brazos abiertos. Ese maldito “cuánto tiempo”.
Me ilusiona saber que entre Navidad y el Día de Reyes los que marchamos y los que os quedasteis compartiremos de nuevo calles, ciudades e historias. Nos contaremos las penas y buscaremos consuelo en la complicidad de quienes tan bien nos conocéis. Volveremos a reír recordando viejas batallas. Volveremos a estar juntos en ese bar o quizá nos tengáis que llevar a uno nuevo porque los tiempos han cambiado, las tascas cierran o simplemente porque habéis descubierto un sitio mejor. Un nuevo rincón, nuevos rituales de barra. Volver a ganarnos a camareros, dueños, descubrir la especialidad de la casa, sentarnos en vuestra mesa y hacerla nuestra. Después de varios días, después de varias rondas, apuraremos una última caña cuyos sorbos finales tendrán un sabor amargo. Esa última rubia antes de darnos un abrazo, mirarnos a los ojos y decirnos que ojalá nos viéramos más a menudo.
Hasta entonces tenemos unos días para cerrar filas y recargar fuerzas. Quizá llegó la hora de sacar provecho de la situación. Llegó el momento de que los que estamos fuera os contemos cómo hacen las cosas los guiris cuando juegan en casa. Llegó el momento de que los que seguís en casa nos expliquéis de dónde sacáis las fuerzas para aguantar el chaparrón que está cayendo. Incluso puede que, entre ronda y ronda, cuando las luces sean tenues, cuando vaya a amanecer, cuando cerremos una noche como las de antaño, nos confeséis pequeños secretos sobre los que construir una esperanza que nosotros, desde la distancia, no alcanzamos a ver. Nuestras experiencias en nuevos países, vuestra veteranía en este viejo conocido. Por unos días, todos compartiendo la misma tierra. Juntos y revueltos.
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Saldremos adelante. Lo digo por los exiliados forzados y por los parados varados. Lo digo por los que están tragando horas extra limpiando hoteles en París y por los que a veces ya no tienen ni fuerzas para echar currículum en Madrid. Lo digo por vosotros. Por nosotros.
Por todos, amigos. Lo digo por todos.

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